Hay formas de representar las emociones más escondidas y sublimes del ser humano a través del arte, pero seguramente no haya forma de explicarlas. Porque para eso existe el lenguaje artístico, precisamente. Estamos en busca de una manera de entender lo que sentimos, lo que pensamos, lo que nos rodea, pero en ocasiones sencillamente no podemos expresarlo. Hay algo en nosotros que empatiza, que conecta con una obra de arte, pero no hay forma de explicar el por qué. El motivo se nos escapa, e incluso es muy posible que ni siquiera sea racional, o que no haya motivación. Simplemente eso nos hace sentir algo con lo que estamos a gusto. O tal vez algo que nos incomode, en cierta manera, porque no es lo que deberíamos sentir. Es lo que ocurre cuando vemos algunas de las películas que David Hamilton, el famoso fotógrafo inglés, realizó a finales de los años 70 y principios de los 80. Todas ellas al alcance del público, pero también denostadas hoy en día, por su contenido erótico. Y es que Hamilton creó escuela en una época en la que Europa parecía alejarse precisamente del estilo naif que él propugnaba.
La revolución del sexo y el porno ya se había hecho fuerte en casi todo el mundo, y cada vez se ofrecían películas más explícitas, incluso en salas comerciales. Como contrapartida, Hamilton traspasó el estilo de sus sesiones fotográficas a la gran pantalla, con una atmósfera casi irreal, naif, y de un erotismo ingenuo. Todas estas películas, como sus sesiones, estaban protagonizadas por chicas muy jóvenes, la mayoría incluso menores de edad. Eran otros tiempos, y el hecho de ver a una joven de dieciséis años desnuda ante la cámara, incluso aunque no estuviera en una situación morbosa per se, no provocaba tanto escándalo. Se había naturalizado, tal vez demasiado, ese tipo de exposición, porque era simple erotismo, y no pornografía. En aquella misma época aparece Pretty Baby, película protagonizada por una jovencísima Brooke Shields, que no tuvo problema en aparecer desnuda a sus trece años. La visión era muy distinta a la que se tiene hoy en día, pero ni siquiera eso ha impedido que el trabajo de Hamilton se haya convertido en una referencia para muchos, más por su estética que por su connotación erótica.
Un prestigioso fotógrafo erótico
David Hamilton nació en Londres, en 1933, y vivió de lleno la Segunda Guerra Mundial siendo tan solo un niño. Empezó a trabajar en un despacho de la gran ciudad, pero pronto entendió que aquello no era para él, así que decidió mudarse a París en busca de una vida mucho más liberal. Disfrutaba del arte y tenía cierto talento para el diseño gráfico, así que logró encontrar trabajo en este sector. Fue reclutado por revistas como Elle, para realizar trabajos de diseño, pero también como fotógrafo, especialmente a finales de la década de los sesenta. Su talento era icónico, pero no llegó a convertirse en un verdadero fotógrafo respetado hasta una edad relativamente avanzada. Y lo logró, precisamente, con un estilo único, retratando a jóvenes adolescentes o púberes en situaciones con cierto morbo. Algunas de ellas iban con muy poca ropa, o semidesnudas.
A pesar de ello, su carácter artístico superaba cualquier duda con respecto a la idoneidad de las fotografías. Durante los primeros setenta, David Hamilton trabajó como fotógrafo para numerosas publicaciones, y creó un estilo propio. Sus sesiones fueron publicadas en libros y también expuestas en galerías prestigiosas, de esas que posteriormente pedirían perdón por aquello. Las imágenes tenían un aire casi de fantasía, con grano grueso, una luminosidad muy especial y unos tonos pastel que ofrecían una calidez única. Las protagonistas siempre eran chicas muy jóvenes, descubriendo tal vez por primera vez el poder de su sensualidad. Algunos grupos ultraconservadores se manifestaron en contra de lo que consideraban que era incitación a la pornografía infantil. Hamilton siempre se defendió aludiendo al arte como objetivo de su obra, y al consentimiento de todas y cada una de sus modelos. La polémica, sin embargo, le perseguiría siempre.
Su carrera en el cine de los 80
Tras conseguir un éxito masivo tanto en Francia como en el resto de Europa con sus sesiones, Hamilton decidió dar el paso al cine. En 1977 estrenó su primera película, Bilitis, que era una continuación directa a su trabajo como fotógrafo. Con un estilo muy personal y unas imágenes realmente especiales, Hamilton obtuvo un éxito instantáneo. Las historias que contaban sus películas tenían que ver con el deseo sexual primerizo, especialmente en las mujeres adolescentes. Así es como el director realizó también Laura, Las Sombras de Verano o Tiernas Primas. Todas ellas películas muy similares tanto en su forma como en su contenido, pero que marcaron tendencia en el cine erótico europeo de los años 80. De hecho, muchos consideraban que aquellas producciones eran para intelectuales, con una visión del erotismo demasiado ingenua y totalmente irreal.
Casi nadie puso el grito en el cielo porque hubiese desnudos adolescentes en aquellas películas. Algunas de las situaciones que se daban, eso sí, eran de alto voltaje erótico. No había nada explícito más allá de alguna que otra caricia, y las escenas de cama siempre estaban protagonizadas por mujeres ya adultas… Sin embargo, los desnudos de adolescentes e incluso de niñas inundan las películas de Hamilton. Él se limitaba a explicar que eran situaciones cotidianas a esas edades, como baños en lagos, y que no había ninguna connotación sexual en aquellas escenas. Películas como Bilitis supusieron un gran éxito comercial en su momento, pero hoy son desdeñadas, sobre todo desde ciertos círculos, que aluden al contenido erótico de menores e incluso buscan prohibirlas. Como curiosidad, la famosa actriz Enmanuelle Beart apareció por primera vez en una película de Hamilton, que presumía de tener buen ojo con estas actrices adolescentes.
Controversias y graves acusaciones
Tras el lanzamiento de Primeros Deseos, a mediados de los 80, la fama de Hamilton comenzó a diluirse. Sus lanzamientos se espaciaron, ya centrado de nuevo en la fotografía, y no sería hasta los 90 cuando aparecieron nuevas obras como La Edad de la Inocencia o Holiday Snapchats. Libros que ya aparecieron en otro momento cultural, y que eran mirados con recelo por buena parte de la sociedad. En sus últimas décadas de vida, Hamilton entendió que aquel estilo que le había llevado a convertirse en un referente ya había quedado muy atrás. Sus libros apenas se reeditaban, y comenzó a dar más que hablar por las polémicas. Tuvo que enfrentarse al escrutinio social cuando varias de sus obras aparecieron en las colecciones de personas acusadas de pedofilia.
Siempre se defendió con su arte por delante. Las acusaciones pasaron de castaño a oscuro cuando en 2016, la presentadora y ex modelo Flavie Flament publica una novela autobiográfica en la que acusa, sin nombrarle, a David Hamilton de haberla violado cuando ella solo tenía 13 años. Al no colocar su nombre, los medios de comunicación empiezan a especular, y entienden que fue Hamilton quien llevó a cabo ese abominable crimen. La propia Flament lo confirma poco después, cuando otras chicas también se unen a la denuncia de violación por parte de Hamilton. A los pocos días de aparecer estas declaraciones, el cuerpo sin vida del artista es encontrado en su apartamento de París. Aparentemente, Hamilton se suicidó tomando medicamentos. La polémica sobre su muerte y estas últimas acusaciones han ensombrecido su obra, ya casi desterrada en estos años.